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Los tambores de la República.
Por María Esther Ortiz y Jorge Luis Rodríguez
www.AFROCUBA.org

Pero los viejos tambores de fundamento e incluso, algunos no sacramentados y que son utilizados para los bailes populares, como los empleados en el guaguancó y otras variantes de la rumba, son de muy exigente manufactura y pocos conocen este oficio. Esto atrae a Rogelio, porque tiene que realizar investigaciones de terreno y basarse en entrevistas y en observaciones para poder aprender a construir los tambores. Ya en 1996, había construido seis juegos de instrumentos de percusión: Batá, Olokum, Iyessá, Arará, Abakuá y Bembé. Entre 1998 y 1999 realiza los tambores de Yuka. Su colección de tambores es reconocida en el ámbito académico cubano e internacional.

El es un estudioso de la obra de Don Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Natalia Bolívar, Rogelio Martínez Furé, Miguel Barnet y otros investigadores de la cultura cubana y confiesa que La Marina, el popular barrio matancero, es una de esas fuentes vivas imprescindibles para su obra: "estar sentado en casa de Chachá y que lleguen amigos y empiece hoy por la tarde una rumba que se sabe cuando empieza, pero no cuando termina; es una experiencia inolvidable".

Actualmente, ha emprendido el estudio del bembé de Macagua, que era del difunto Cheo Changó y está formado por cuatro tambores ya dañados por el uso y el paso del tiempo, porque quiere rescatar esta rara familia de instrumentos, diferente del juego de bembé tradicional integrado sólo por tres tambores.

En sus proyectos futuros, se propone construir un juego de Yuca, los tambores congos, rescatar el juego de güiros y el Bríkamo. Para ello ha estudiado el juego de güiros “Niño de Atocha”, de Benito Aldama (†) en Limonar y el de Pititi en Matanzas, pero le han faltado los frutos de güira requeridos, por no existir esta variedad de la planta en la zona próxima a la ciudad de Matanzas.

El Bríkamo, que era ejecutado en toques en la Casa Templo de Yeya Calle, es un conjunto de instrumentos musicales de la sociedad Abakuá, los únicos que dentro de esta sociedad religiosa, podían ser ejecutados por mujeres; y también ha requerido una cuidadosa investigación para reconstruir el "pianito" -una especie de xilófono- del cual sólo se han recuperado algunas partes. En situaciones así, Rogelio sale a la búsqueda de personas que hayan ejecutado el instrumento ya desaparecido y toma cuidadosamente el testimonio de las mismas, así como los bocetos del instrumento en cuestión, sus materiales, la forma de unirlos y todos los detalles que puedan contribuir a su rescate.

Su aporte al conocimiento y a la conservación de las tradiciones musicales cubanas es la continuidad de una tradición oral, de oficios perdidos, de artesanos desaparecidos, la tradición de los hombres que construyen el asiento de la voz de los dioses.

La fidelidad de sus instrumentos se ha probado por diferentes grupos de percusionistas, como los del grupo que se reunía en torno a Radamés (es un alias del Profesor Francisco Domínguez Boada) así como las agrupaciones Los Muñequitos y Afrocuba de Matanzas.

Durante el siglo XX, la riqueza sonora de estos instrumentos musicales evolucionaría, apareciendo sus voces y cantos por primera vez en la música popular de la propia cultura afrocubana, que utiliza segmentos rítmicos y secuencias de toques semejantes a los utilizados en la música ritual; para luego integrarse en ejemplos de experimentación musical contemporáneos -como en obras del Grupo Síntesis y otros- y en la música popular.

En el VIII Salón Provincial de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas en Matanzas, realizado en el mes de noviembre de 2000; una obra de Rogelio Mesa Ledo obtuvo el Premio del Centro Provincial de Arte. Se trata de la primera guitarra española hecha por este artista, estudioso de la obra de maestros de la guitarra española, como es el luthier cubano Pablo Quintana, entre otros.

Rogelio parte de una gran osadía, de una motivación que lo dirige a construir cada instrumento, cuyos latidos recorren el horizonte de los cultos sincréticos cubanos, tanto los de procedencia africana como europea, fundidos durante los siglos en el crisol de la nacionalidad cubana: un tambor africano y una guitarra española. Su obra sostiene la continuidad de la memoria colectiva del pueblo, desde la época de la colonización española y la esclavitud negra en Cuba, continúa lo largo del siglo XX, se mantiene como memoria viva y como acto cotidiano.

Un hombre parado en una esquina, se pregunta por qué aprendió algo que nadie más quiere aprender. El ha creado los tambores sagrados y profanos, como quien ejerce un oficio mágico, pero no tiene discípulos y en todo el mundo, sólo el Grupo Folklórico Afrocuba de Matanzas, puede ejecutar un oru con toda la serie de instrumentos creados por Rogelio. El aire caliente trae algo de olor a algas; a la orilla del Yumurí, Oshún hace sonar suavemente los cauríes del borde de sus sayas.

Los tambores salieron del monte oscuro, del palenque del cimarrón, del barracón de esclavos y del solar –viejo almacén o casona venido a menos y superpoblado-, los tambores subieron a la sala de conciertos y la voz del akpuón inició el oru cantando a Elegua… para que abra el camino y los tambores no se callen jamás.

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© www.afrocuba.org, 2002

Tambores batá de Rogelio Mesa Ledo
 
 
 
 
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